A setenta años de la tragedia que dejó a 30 mil víctimas fatales en nuestra región, aún existe gente que recuerda los acontecimientos como si hubiesen ocurrido ayer. He aquí la historia de un hecho estremecedor, como para no olvidar.
Por Carla Figueroa
A sus 92 años Marta teje casi todo el día. Sus dedos chuecos pueden llevarte a pensar que sufre de artritis. “Tejo desde los 5 años” dice mientras encoje y estira los dedos, logrando demostrar que sus dedos se fueron adaptando a la forma del croché y los palillos de tejer.
A pesar de su edad, ella recuerda como si fuese hoy el terremoto del 39. “Fue terrible, la tierra se movía tan fuerte”, afirma mientras se toma la cabeza con las dos manos.
Al momento de los hechos ella vivía en Coihueco. “Gracias a Dios no estaba en otro lado, porque dicen que se hizo un río de sangre debajo de un teatro que se cayó”.
Y no es para menos, ya que el terremoto del 39 cuenta con el record de la mayor cantidad de víctimas fatales en un sismo, 30.000 muertos. Fue tanto el pánico generado, que hasta la voluntad de ayudarse unos a otros se vio empañada, “una mujer gritaba desde los escombro que la ayudáramos, pero nadie se atrevió a ir, todos teníamos miedo porque habían muchas réplicas”
Durmiendo bajo los árboles
El terremoto de 1939 fue uno de los más crueles ocurridos en la región, no sólo por su intensidad de 7,8 en la escala de Richter, sino que fue un sismo que sacudió a todas las ciudades colindantes.
Marta recuerda claramente que el terremoto comenzó como a las 23 horas (23:32 exactamente). En ese momento uno de sus hijos estaba acostado mientras ella tenía en sus brazos a su hija de 10 días “yo le pasé mi hija a mi esposo, le dije que salieran mientras fui a buscar a mi hijo”. La costumbre de meter las frazadas debajo de la cama, para que el niño no cayera mientras dormía, le jugó malas pasadas. Debido al nerviosismo por el movimiento telúrico no podía sacarlo. “Comenzó a caer todo, hasta las murallas del cuarto. Afortunadamente no quedé atrapada porque la habitación tenía dos salidas. Cuando logré salir con el niño en brazos mi esposo me gritaba que tuviese cuidado, pero yo no me daba cuenta por donde corría. Fue ahí cuando me caí a una acequia”. Una hermana que vivía a mitad de cuadra alcanzó a arrancar con una colcha, la que posteriormente le facilitó cuando la vio mojada hasta la cintura.
El terremoto provocó grietas grandes y profundas en la tierra. Todas las casas estaban en el suelo y las que parecían en pie por fuera, por dentro eran un desastre de murallas, muebles y utensilios destruidos. “No había nada bueno, todo estaba quebrado, si hasta los cuchillos se rompieron”.
Recuerda que la misma gente se comenzó a movilizar entregando frazadas para dormir esa noche en la calle. “Nadie quiso dormir en las casas. Hubo tantas réplicas que yo dormí bajo un manzano durante quince días con mi familia”.
Marta cuenta que luego de unos días mucha gente comenzó a emigrar, “tenían miedo de seguir aquí, muchos se fueron a casas de familiares en otras ciudades, otros a Santiago para no volver más. Es algo que no se puede olvidar”.

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